La construcción ecológica hace referencia a aquellos edificios e infraestructuras que se crean de forma sostenible, reduciendo su impacto en el medioambiente. El World Green Building Council, la organización internacional sin ánimo de lucro que trabaja para conseguir una edificación sostenible, define un “edificio verde” como aquel que, en su diseño, construcción y vida útil, reduce o elimina su impacto negativo y que hasta puede crear impactos positivos relacionados con el clima y en el entorno natural. En este sentido, un “edificio verde” se puede caracterizar por tener una huella de carbono reducida, así como por asegurar un alto rendimiento energético y el bienestar de sus ocupantes.
El “greenwashing” es una práctica que cada vez más empresas, organizaciones e instituciones políticas utilizan a la hora de proclamar su compromiso medioambiental y social sin ningún argumento real. Se trata de una estrategia de mercado a la que se recurre para tratar de mejorar la reputación de un organismo aprovechando la creciente conciencia medioambiental de la sociedad. El objetivo que se esconde detrás del “greenwashing” es doble:
A menudo, quienes se dedican al “greenwashing” alardean de sus esfuerzos por reducir su impacto medioambiental sin iniciar realmente ningún proceso de cambio. La diferencia entre “green marketing” y “greenwashing” se basa precisamente en que los bajos impactos medioambientales de los productos anunciados y sus procesos productivos puedan ser demostrables: mientras que con el “green marketing” se comunica un impacto real, cuantificable y verificable, los resultados del “greenwashing” son meramente ficticios. En 2021, la Comisión Europea publicó un estudio para el que se seleccionaron una serie de páginas web de empresas de diversos sectores que se hacían llamar “verdes” y se demostró que el 42% de estas alegaban prácticas ecológicas sin fundamento.
El término “greenwashing” fue utilizado por primera vez en la década de 1980 por el activista estadounidense Jay Westerveld. En medio de un viaje de investigación por el Pacífico Sur, acusó a la industria hotelera de promover falsamente la reutilización de toallas entre los clientes como medida para salvar el planeta cuando en realidad formaba parte de una estrategia de ahorro de costes.
En la década de 1990, el término se generalizó a raíz de una serie de acciones de comunicación como la celebración de efemérides de carácter ecológico que fueron adoptando algunas de las empresas estadounidenses más importantes del sector químico y petrolero. De esta forma, se promocionaban como “verdes” y “sostenibles”, cuando realmente lo que hacían era intentar enmascarar los daños causados en el medioambiente por su actividad productiva.
A la hora de observar las comunicaciones corporativas para poder reconocer el “greenwashing”, se ha de ser crítico y prestar especial atención a los siguientes aspectos:
En 2023, el Parlamento Europeo votó a favor de una nueva directiva pensada para mejorar el etiquetado de los productos, hacerlos más duraderos y acabar con el uso de afirmaciones ambientales si estas no iban acompañadas por evidencias claras y demostrables. Los principales objetivos que persigue esta directiva son:
Con el fin de simplificar la información sobre los productos, Europa prevé permitir únicamente las etiquetas de sostenibilidad basadas en sistemas de certificación oficiales o establecidas por organismos públicos. De esta forma, se busca no solo destacar los productos de calidad, sino también motivar a las empresas para conseguir que sus productos sean más duraderos.
En el sector de la construcción, la elección de los materiales desempeña un papel clave en la reducción de su impacto en el medioambiente. De igual manera, los materiales deben cumplir siempre con ciertos requisitos para ser definidos como “sostenibles”:
Utilizar materiales sostenibles y fuentes de energía renovables no resulta suficiente para garantizar la calidad de un proyecto sostenible. Para ello, también se deben tener en cuenta otros aspectos relacionados con el impacto económico y medioambiental de los proyectos. Por eso, a la hora de escoger un material, se debe tener en cuenta todo su ciclo de vida, así como las posibles implicaciones medioambientales que pueda tener en cada una de las etapas, desde su producción hasta su uso y eliminación. De hecho, los materiales que se clasifican como “no renovables” también pueden llegar a considerarse sostenibles, siempre que sean producidos de forma eficiente desde el punto de vista energético, con bajas emisiones o que cuenten con una larga vida útil.
Ni siquiera los llamados materiales “naturales” garantizan per se que sus productos sean sostenibles, ya que para producirlos se pueden llegar a consumir grandes cantidades de energía y recursos, así como para transportarlos e instalarlos, y no siempre garantizar la posibilidad de ser reciclados. Por eso, es importante comprobar estos tres requisitos básicos si se quiere evitar caer en el “greenwashing” de los materiales:
El petróleo, el carbón y el gas natural cubren en la actualidad el 80% de las necesidades energéticas a nivel mundial. Los recursos fósiles están destinados a agotarse, principalmente debido a su explotación incontrolada. En cambio, las llamadas “fuentes renovables” tienen la característica inherente de no agotarse, ya que pueden transformarse.
Las energías renovables se producen a partir de la fuerza del agua y del viento, del calor del sol y de la tierra. Son fuentes inagotables de energía, con un bajo impacto medioambiental y escasas o nulas emisiones de CO2. Sin embargo, queda mucho camino por recorrer todavía en la adopción de una nueva forma de entender la producción y la explotación de las energías renovables en el campo de la construcción.
A nivel global, se están llevando a cabo importantes intervenciones para ampliar la difusión y la implantación de fuentes de energía renovables en la construcción, así como para reducir el consumo de recursos no renovables. La construcción ecológica puede desempeñar un papel importante también a una escala más local a partir de:
Para demostrar el compromiso con la construcción sostenible, se pueden obtener diversas certificaciones para los edificios, como LEED (Leadership in Energy and Environmental Design) o BREEAM® (Building Research Establishment Environmental Assessment Method). La obtención de una o varias certificaciones demuestra el cumplimiento de las normas más estrictas en materia de sostenibilidad y calidad medioambiental.
Estas certificaciones son voluntarias y abarcan todo el ciclo de vida de los edificios. Si un edificio lleva la etiqueta “verde” pero carece de certificaciones oficiales, es difícil de evaluar si responde realmente a los principios de construcción sostenible o si simplemente se está haciendo un uso indebido del adjetivo.
En cambio, es posible certificar la sostenibilidad de un edificio a partir de los siguientes parámetros:
En el entorno construido, resulta necesario adoptar una visión holística para alcanzar objetivos concretos de sostenibilidad y reducir sus impactos. Para ello, se deben implementar acciones y medidas específicas y certificables que nos ayuden a evidenciar las malas praxis de aquellos que alardean de conocimiento técnicos no demostrados y especulan sobre el respeto al medioambiente.
Para que el campo de la construcción sea ecológico, tanto los niveles de consumo energético como de extracción de recursos naturales se deben reducir. Además, se debe apostar por el uso de tecnologías eficaces y sostenibles, diseñar sistemas de gestión eficientes y utilizar materiales reciclables o con una larga vida útil, sin obviar tampoco la importancia de evaluar el rendimiento del edificio, la salubridad de sus materiales y el confort en su interior.